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Un sábado sombrío


Juan 19.30-42


30 Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.

31 Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo[a] (pues aquel día de reposo[b] era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí.

32 Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él.

33 Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas.

34 Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua.

35 Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis.

36 Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo.

37 Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

38 Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús.

39 También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras.

40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos.

41 Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno.

42 Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.


Como el cuerpo del Señor Jesús yacía en una tumba, así también estaban sepultadas las esperanzas y los sueños de los discípulos. Habían dejado todo para seguir al que creían que era el Mesías, y ahora estaba muerto. El temor, la duda y el dolor deben haber pasado por sus mentes. ¿Qué iban a hacer? ¿A dónde podrían ir? ¿Cómo podrían seguir adelante sin su Señor?


Las dudas de los discípulos no deberían sorprendernos, porque también las vemos en nosotros. Los hombres de “poca fe”, como el Señor Jesús los llamaba a menudo, no creyeron ni recordaron lo que el Señor había dicho de sí mismo: que daría su vida y la tomaría de nuevo. En la angustia del dolor, todas sus promesas fueron olvidadas.


A veces en nuestra vida, pudiera parecer que Dios nos haya fallado, pero al final sabemos que nunca nos abandonará (He 13.5). No obstante, al igual que los discípulos, experimentaremos circunstancias sombrías que pueden debilitar nuestra fe y destruir nuestras esperanzas. Es entonces cuando más necesitamos recordar las promesas de Dios y meditar en su fidelidad.


Sin embargo, a menudo, cuando nos enfrentamos a la incertidumbre, lo único que queremos es una respuesta a nuestro problema o alivio de nuestro dolor. Por lo tanto, con frecuencia intentamos arreglarlo con nuestras propias fuerzas en vez de confiar en Dios y esperar a que actúe.


Los discípulos tuvieron que pasar por un sábado sombrío, pero cuando llegó el domingo, su dolor se convirtió en alegría. De la misma manera, si esperamos y confiamos en Dios en medio de la oscuridad de la noche, podemos descansar al saber que la mañana llegará.

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