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Un obstáculo que impide disfrutar a Dios



Romanos 6.12-15


12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;

13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.

14 Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

15 ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.


Hace varios años aconsejé a una mujer que estaba consumida por el rencor a su padre, quien había abandonado a la familia y negado a reconocerla como hija. Años después de abandonar a su familia, el hombre se enfermó y trató de restaurar la relación, pero la hija se negó a escucharlo. Estuvo aferrada a ese espíritu de rencor durante muchos años después de que su padre murió. Cuando se arrepintió, me dijo que la carga de su amargura le había impedido disfrutar a Dios.


Uno de los roles del Espíritu Santo es hacer que los creyentes tomemos conciencia de las actitudes y acciones que son contrarias a la voluntad de Dios. Si decidimos resistir el convencimiento, trataremos de acallar la voz del Espíritu Santo, lo que significa, por lo general, dar al Señor menos de nuestro tiempo o nada en absoluto. Entonces, el pecado no confesado nos hará alejarnos del Padre en vez de deleitarnos en nuestra relación con Él.


Pecar suele sentirse bien por un tiempo. Por ejemplo, podemos justificar nuestra amargura cuando la otra persona nos ha hecho daño. A veces, queremos aferrarnos al resentimiento y prolongar nuestro sentido de validación. Pero, como cristianos, no podemos manejar nuestra vida por emociones. Debemos tener en cuenta la verdad de Dios: la Biblia dice que si nos negamos a confesar y arrepentirnos, el pecado esclavizará nuestro corazón y destruirá nuestro testimonio.


Satanás nos tienta con pecados que harán sentir bien a nuestro ser natural: un hábito que produce placer o consuelo es más fácil de justificar que uno que parezca repulsivo. Pero en realidad, ningún pecador es feliz siguiendo la maldad. El gozo auténtico se encuentra solo en la unidad con el Señor.

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