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Todo cristiano es recompensado

5 ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor.
6 Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios.
7 Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.
8 Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.
9 Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.
10 Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica.
11 Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.
12 Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca,
13 la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.
14 Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa.
15 Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.
Las Sagradas Escrituras son muy claras acerca del hecho de que a los creyentes que obedecen y dan gloria a Dios les esperan beneficios maravillosos. En el Salmo 19, David escribió que hay una gran recompensa en guardar los preceptos del Señor (Salmo 19.11). Es más, la promesa de los dones celestiales viene directamente de la boca de Jesucristo en el Sermón del monte. (Véase Mateo 5.12).
Lea el pasaje de hoy, y observe la afirmación del apóstol Pablo de que él y Apolos recibirían recompensas por su servicio a los corintios (1 Corintios 3.8). Dios no ofrece premios grupales ni reserva tesoros solo para aquellos que trabajan en el ministerio. Todos somos ministros del evangelio, cuyas buenas obras almacenan tesoros en el cielo. Dios ve nuestras decisiones y acciones guiadas por el Espíritu como dignas de recompensa. Es posible que usted no se sienta importante o esencial en este mundo inmenso, pero todas sus acciones y palabras son importantes para Dios.
Lo que motiva nuestras acciones también es importante; a veces las buenas obras se realizan por razones equivocadas. Por ejemplo, Cristo reveló que algunos líderes religiosos estaban ayunando para llamar la atención, no para agradar a Dios (Mt 6.16). Cuando una persona busca agradar a los hombres, la adulación de ellos es la única recompensa. Aunque esto puede hacernos sentir bien por un tiempo, la adulación no es eterna.
Algún día todos derramaremos lágrimas por los actos de justicia que descuidamos o por el trabajo que hicimos para nuestra gloria personal. Nos daremos cuenta de cuánto más podríamos haber hecho por el Señor. Pero entonces Él secará nuestras lágrimas y nos hará nuevos, como lo prometió (Ap 21.4, 5).