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Tenga cuidado de cómo camina

1 En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?
2 Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,
3 y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.
5 Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe.
6 Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.
7 !!Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero !!ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!
Podríamos pensar que nuestros pecados no afectan a nadie, lo cual no es cierto. Lo que hacemos afecta también a los demás, lo sepamos o no. Y Cristo nos advirtió que hacer pecar a otra persona nos dejaría peor que si nos “ahogáramos en lo profundo del mar” con una piedra de molino atada a nuestro cuello (Mt 18.6).
La gente observa lo que hacemos, y ¿quién de nosotros no ha pecado? Podemos tratar de excusarnos afirmando que la mayor parte de nuestro pecado es trivial y no será notado por los demás, y mucho menos les hará daño. Pero consideremos cómo nuestro pecado puede llevar a otros por el mal camino.
Nuestra falta de perdón contra alguien podría hacer que un amigo cercano o un miembro de la familia se ponga de nuestro lado y también sienta rencor.
El enojo esporádico que expresamos delante de nuestros hijos, puede hacer que nos imiten y luego piensen que ellos también tienen el derecho de expresar su malhumor cuando deseen hacerlo.
Las mentiras que decimos para salir de situaciones difíciles envían un mensaje, en especial a los niños, de que la verdad es opcional, dependiendo de las circunstancias.
Las conversaciones llenas de chismes pueden destruir la reputación de otras personas y hacer que quienes escuchan pequen al difundir los rumores.
La advertencia del Señor debe ser tomada en serio. Debemos considerar las consecuencias de nuestras acciones y actitudes, y luego volvernos hacia Él en confesión y arrepentimiento. Si se lo pedimos, nos dará la gracia y la fortaleza para andar en sus caminos e influenciar a otros en favor de la justicia.