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Ser siervos de justicia

15 ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.
16 ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?
17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;
18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia.
20 Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia.
21 ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.
22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.
23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
¿En qué piensa cuando escucha la palabra libertad? Por lo general, pensamos en el derecho a vivir como nos plazca e ir en pos de ambiciones y sueños. Pero, en realidad, vivir para uno mismo nunca es libertad. Cuando el apóstol Pablo dijo: “sois esclavos de aquel a quien obedecéis” (Ro 6.16), estaba señalando que podemos elegir entre el pecado o la justicia. Así que, si no vivimos para Cristo, nos encontraremos esclavizados a los deseos y hábitos pecaminosos.
Dios quiere liberarnos de toda forma de esclavitud que nos impida llegar a ser quienes quiso que fuéramos cuando nos creó. Este tipo de libertad no se logra mediante la guerra, sino por medio del conocimiento de la verdad y la sumisión a Cristo.
Si tiene dificultad para vencer un pecado en particular, a pesar de haberlo confesado y haberse arrepentido, puede deberse a una raíz subyacente que alimenta ese pecado como la ira, la envidia, la amargura, el rencor o la preocupación.
En vez de permitir que esas emociones nos controlen, debemos dejar que las verdades de Dios llenen nuestra mente e influyan en nuestro comportamiento. Cuando fuimos salvos, Cristo nos liberó del dominio del pecado y nos dio el Espíritu Santo para que podamos vivir en obediencia. Además, Dios nos ha dado una nueva naturaleza creada a la semejanza de Cristo (Ef 4.24). Por lo tanto, debemos considerarnos muertos al pecado, pero vivos para Cristo (Ro 6.11), y obedientes a Dios (Ro 6.13). Recuerde, Él nos ha dado todo lo que necesitamos para vivir en obediencia, de manera que los creyentes nunca somos víctimas indefensas del pecado.