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¿Quién es el dueño de todo?

10 Asimismo se alegró mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo.
11 Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos.
12 Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos.
13 Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre.
14 Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos.
Una gran mentira se ha introducido en la iglesia. Algunos cristianos piensan que sus creencias y su billetera pertenecen a esferas separadas. La verdad es que la obediencia a Dios incluye también cómo administramos el dinero. Dios es el dueño de todo (Hag 2.8; Sal 24.1). El dinero, las posesiones y nuestro trabajo son regalos del Señor; nosotros solo somos mayordomos de ellos.
Un mayordomo vigila el uso y cuidado de las propiedades de otra persona. Si es sabio, basa sus decisiones en las reglas del propietario en cuanto a la utilización y la multiplicación de los bienes materiales. En nuestro caso, Dios ha introducido principios acerca de la administración del dinero en la Biblia. Puesto que este toca casi todos los aspectos de la vida, se menciona cientos de veces en diferentes contextos. Por ejemplo, Dios apremió a los israelitas a permanecer fieles a sus enseñanzas y a evitar la autosuficiencia. Les recordó que el poder para hacer las riquezas estaba en Él, no en manos de ellos (Dt 8.17, 18).
En el momento que un mayordomo presume ser el dueño del dinero que administra, está en problemas. Deja de consultar al propietario y gasta como le parece. Incluso al tratar de hacer el bien, el mayordomo caprichoso se rige por su perspectiva miope, en vez de hacerlo por la perspectiva omnisciente de Dios y de su guía compasiva. Sufrirá las consecuencias de elegir su propio camino por encima de la manera del Señor.
La fe y los asuntos económicos están entrelazados. No podemos mantener nuestro dinero fuera de la mano de Dios, porque lo tiene todo; nosotros solo lo manejamos. Y debemos hacerlo de la manera que nos dirija. Un creyente maduro confía en los preceptos del Señor para utilizar y aumentar sus bienes.