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¿Qué endurece un corazón?

7 Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz,
8 No endurezcáis vuestros corazones, Como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto,
9 Donde me tentaron vuestros padres; me probaron, Y vieron mis obras cuarenta años.
10 A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, Y dije: Siempre andan vagando en su corazón, Y no han conocido mis caminos.
11 Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo.
12 Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo;
13 antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.
14 Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio,
15 entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación.
16 ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés?
17 ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?
18 ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?
19 Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad.
La advertencia en Hebreos 3 es muy seria. Cada vez que ignoramos lo que Dios ha dicho, puede ser señal de un corazón endurecido. Aunque, por lo general, pensamos que esta condición se aplica solo a aquellos que rechazan a Cristo, la realidad es que los creyentes pueden llegar a endurecerse “por el engaño del pecado” (v. 13).
Cuando el Señor comienza a convencernos de pecado, podríamos justificar nuestra desobediencia, pensando que no es muy grave, o podríamos estar tentados a ocuparnos de otras cosas para evitar enfrentar el problema. Quizás no estemos dispuestos a lidiar con ese pecado, porque tenemos miedo de los cambios que Dios nos esté pidiendo. Por tanto, nos distraemos con otros pensamientos y actividades, empujándolo más y más lejos de nuestra mente con la esperanza de silenciar su reprobación.
Podemos pensar que ignorar al Espíritu Santo no sea un asunto serio, cuando es una rebelión contra Dios, la esencia misma del pecado. A menudo comienza con la negativa a ceder el control, para no confiar en el Señor. Cuando comenzamos a satisfacer nuestras preferencias, no pasa mucho tiempo antes de que redefinamos lo que Dios ha dicho, en un intento por hacernos sentir mejor y sofocar el persistente sentimiento de culpa.
El peligro de tal comportamiento es que perdemos de vista nuestro “primer amor”—nuestras acciones demuestran si amamos nuestro pecado más que a Cristo (Ap 2.4). El resultado es un corazón que se ha vuelto insensible al pecado. Al ignorar las advertencias del Espíritu Santo, podemos habituarnos al mal y adoptar un estilo de vida pecaminoso. Por eso debemos guardar y examinar con mucho cuidado nuestros corazones.