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¿Por qué debemos fijarnos metas?


Filipenses 3.7-16


Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.

Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,

y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe;

10 a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,

11 si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.

12 No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.

13 Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,

14 prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.

15 Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios.

16 Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa.


La Palabra nos alienta una y otra vez a confiar en Dios para nuestras necesidades. Pero ¿cómo encaja la dependencia del Señor con la fijación de metas para nuestra vida? Algunos cristianos interpretan que estas advertencias bíblicas significan que no debemos hacer planes en absoluto. Sin embargo, esta perspectiva convierte la confianza en apatía, en vez de reconocerla como una disciplina importante.


Fijar metas nos ayuda a determinar dónde enfocar nuestras energías para que podamos cumplir la obra que Dios tiene para nosotros (Ef 2.10). Cuando el evangelista y pastor Jonathan Edwards tenía 19 años, hizo 70 resoluciones, que guiaron su vida, y tuvo un ministerio muy productivo.


El apóstol Pablo también se fijó ciertas metas: “Conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos” (Fil 3.10). Al final de su vida, pudo decir: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti 4.7).


¿No le gustaría poder decir eso en su lecho de muerte? Son tantas las cosas del mundo que nos distraen. Somos buenos para establecer metas profesionales, comerciales, financieras o personales, e incluso podemos dar seguimiento fiel a una lista de tareas pendientes, todas las cuales son cosas buenas. Sin embargo, debemos tener cuidado de no dejar que nuestros intereses terrenales nos impidan fijarnos metas espirituales.


Hacer planes es un paso esencial para lograr algo que valga la pena. Entonces, propongámonos identificar lo que anhelamos para nuestra vida espiritual, y fijémonos objetivos para avanzar en esa dirección. Estos objetivos son diferentes a todos los demás, porque tienen valor tanto temporal como eterno.

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