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Poner la otra mejilla

38 Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.
39 Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;
40 y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa;
41 y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.
42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
El pasaje bíblico que habla de poner la otra mejilla puede desconcertarnos. ¿Debemos ser indiferentes mientras alguien nos golpea física o emocionalmente? Ese no es el mensaje que Cristo estaba dando. Cuando dio el Sermón del monte, expandió la obediencia externa a la Ley para incluir actitudes y motivos.
El refrán “ojo por ojo y diente por diente” viene de Éxodo 21.23-25, una ley del Antiguo Testamento que describe las penas apropiadas por lesiones. Algunos interpretaron que esto permitía tomar represalias por parte del gobierno civil. Pero Cristo estaba presentando una mejor opción: el camino del amor.
El orgullo, sin duda, provocará un deseo de venganza si un compañero de trabajo se atribuye el mérito de nuestro esfuerzo, o si un miembro de la familia nos humilla una y otra vez. Sin embargo, no debemos “devolver mal por mal ni insulto por insulto”, sino que debemos dar una bendición (1 P 3.9 NVI).
En la práctica diaria, la reacción correcta depende de la situación. Es posible que tengamos que ignorar las acciones de la otra persona, alejarnos del abuso o enfrentarnos a nuestro enemigo. En vez de tratar de vengarnos, debemos tratar de entender a la persona y la razón de cualquier animosidad.
Dios tiene lecciones que debemos aprender en situaciones difíciles como estas. Cuando sufrimos un trato injusto, seguimos los pasos de Cristo. Nadie fue tratado más injustamente que el impecable Hijo de Dios. Sin embargo, Él “no replicaba con insultos” y “no amenazaba”, sino que seguía confiando en su Padre, sabiendo que juzga con justicia (1 P 2.20-23). Sin duda, Dios puede también manejar nuestros agravios si reaccionamos a la manera de Cristo.