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Perdonar a quienes nos hieran

Hechos 7:54-60 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
54 Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él.
55 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios,
56 y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.
57 Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él.
58 Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo.
59 Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
60 Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.
Me pregunto si los pensamientos del asesinato de Esteban vinieron a la mente del apóstol Pablo mientras se defendía ante el tribunal romano. Aunque sus amigos, discípulos y convertidos a la fe no habían venido a apoyarlo, él no quería que el Padre celestial los disciplinara (2 Ti 4.16). Pablo ofreció una oración de perdón, lo mismo que Esteban, quien perdonó a todos los hombres que lo apedrearon hasta la muerte.
Los creyentes necesitamos aceptar que perdonar es lo correcto cuando nos hacen daño. Gracia no es solo la misericordia del Señor hacia nosotros; también es su misericordia que fluye a través de nosotros. Perdonar a otros es un paso más para llegar a ser más semejantes a Cristo; abrigar rencor no encaja con la persona llena del Espíritu en la que nos convertimos al ser salvos.
Además, debemos recordar que Jesucristo pagó la deuda de pecado de quienes nos han hecho daño, ya sea que acepten o no el regalo de gracia del Salvador. Aun así, nadie cree que perdonar una ofensa sea fácil. Algunas personas infligen un mal tan terrible a otras, que parecen no merecer compasión. Pero es importante entender que ofrecer misericordia es mucho mejor que vivir con las alternativas: la amargura, la venganza y la ira, que pueden atormentar al espíritu hasta que se acaba la benevolencia, se agota la salud y se oscurece la mente.
El Espíritu Santo nos ayudará a perdonar. Saca poco a poco nuestro dolor, nuestra decepción y nuestra ira, y luego llena nuestro corazón de misericordia. Solo cuando nos rindamos por completo a Él, podremos decir como Esteban: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hch 7.60).