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Nuestra lucha con la carne

16 Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
17 Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
18 Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
19 Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
25 Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.
26 No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.
Uno de los conceptos más malentendidos en el cristianismo es el de “la carne”. En el pasaje de hoy, la carne se refiere no solo al cuerpo físico sino también al ser interior, que todavía está sujeto al pecado, aunque el Espíritu Santo nos haya dado una nueva naturaleza. Por tanto, la carne se refiere a nuestros pensamientos, deseos y actitudes pecaminosas, que a menudo conducen a comportamientos impíos.
El apóstol Pablo presenta, de manera muy sincera, las consecuencias de vivir de acuerdo a la carne: inmoralidad, impureza, idolatría, ira, conflictos, disensiones y otras actitudes y acciones destructivas. En contraste, una vida guiada por el Espíritu Santo produce el rico fruto espiritual de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (Ga 5.22, 23).
¿Por qué tantas personas que desean una vida piadosa y de dominio propio caen una y otra vez en pecados carnales? El apóstol Pablo dice que el factor determinante es si están siendo guiados o no por el Espíritu Santo. Si los creyentes tratan de vencer el pecado solos, sin someterse a la reprensión y a la guía del Espíritu, fracasarán.
La carne no puede ser disciplinada, rehabilitada o mejorada. Por el contrario, hay que darle muerte (Ro 6.11). Luego, por el poder del Espíritu Santo, no tenemos que rendirnos a los impulsos pecaminosos, sino que podemos presentarnos a Dios para obedecer sus deseos (vv. 12-14).
Andar en el Espíritu significa someterse al Señor cuando usted sienta la tentación de obedecer la carne. Con la ayuda del Espíritu Santo, podrá ver que sus deseos dan paso a la obediencia que agrada al Padre celestial.