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Los peligros del resentimiento

15 Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos.
16 Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo:
17 Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban.
18 Vinieron también sus hermanos y se postraron delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos tuyos.
19 Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?
20 Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.
21 Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón.
Uno de los ejemplos más hermosos de un espíritu perdonador se encuentra en el libro de Génesis. A pesar de ser víctima de los celos, las malas intenciones, la conspiración malintencionada y el desprecio egoísta, José tuvo una actitud de perdón que es poco común y difícil de imaginar para muchos de nosotros. Al reaccionar de esta manera ante los maltratos, José demostró que era un hombre de fe que entendía cómo dejar de lado el resentimiento y aferrarse al perdón.
Si nos negamos a perdonar, sufriremos consecuencias dolorosas:
Tendremos dificultades para lidiar con el mal que nos han hecho. En vez de entregarlo al Señor, repasaremos una y otra vez el agravio y reviviremos el dolor.
El resentimiento echará raíces en nuestro corazón y mente, permitiendo que la amargura crezca.
La negatividad comenzará a afectar otras áreas de nuestra vida, tales como las relaciones, las emociones, las actitudes e incluso la salud física.
Entonces los sentimientos de desasosiego nos privarán de gozo y contentamiento.Podemos parecer exitosos para el mundo, pero en el fondo, la paz de Cristo está ausente.
Una acumulación de malos sentimientos comenzará a dañar nuestra salud emocional,lo que a su vez obstaculizará nuestra capacidad de amar y ser amado.
Con el tiempo, la desdicha echará raíces. Al punto de que puede volverse tan grande que podríamos recurrir a las drogas, el alcohol, las relaciones extramaritales o la dedicación excesiva a una profesión para sentirnos mejor.
Lo bueno es que esta espiral descendente puede detenerse en cualquier punto del camino eligiendo perdonar. Si le resulta difícil abrir su corazón, puede ser valioso aceptar la ayuda de un consejero cristiano o un pastor.