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Las riquezas de la gracia de Dios

7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecadossegún las riquezas de su gracia,
8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad,
12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.
13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,
14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.
La vida puede parecer una larga serie de problemas, ¿no es así? Aunque estemos pasando por una “temporada” agradable, siempre anhelamos algo mejor. Tal vez esto es lo que quiso decir Salomón cuando escribió acerca de Dios: “Él sembró la eternidad en el corazón humano” (Ec 3.11 NTV).
Lo que anhelamos se revela en el pasaje de hoy, y cada beneficio para los creyentes se encuentra “en Él”, es decir, en Cristo.
La espléndida gracia de Dios (Ef 1.7,8). Como creyentes, tenemos la confianza de que, por medio de Cristo, hemos sido perdonados de nuestros pecados y redimidos. No importa lo que pase a nuestro alrededor, nunca tenemos que dudar de nuestra seguridad eterna.
Un futuro glorioso (Ef 1.9,10). Aunque vivimos en un mundo caído, sabemos que Dios “en la plenitud de los tiempos” llevará a cabo todas las cosas en Cristo. Ese día, las conocidas palabras de Cristo al Padre se cumplirán: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt 6.10).
Una herencia (Ef 1.11-14). Uno de los aspectos más asombrosos de nuestra salvación es que somos herederos con Cristo (Ro 8.17), y tal herencia ya fue alcanzada. Podemos tener la seguridad de esto porque Dios hace siempre que su voluntad se cumpla, y nos ha dado al Espíritu Santo como garantía de que recibiremos esta herencia celestial.
Cuando nuestro camino se vuelve difícil, o nos agotamos por las luchas o rutinas de la vida diaria, necesitamos recordar que aún no estamos en casa. La vida todavía no es como debería ser, pero Dios ha provisto su gracia y sus promesas para darnos esperanza y contentamiento.