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Las consecuencias de la impaciencia

11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos;
12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
17 Y volviendo en sí, dijo: !!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
¿Qué tan grave es la impaciencia? Por lo general, la consideramos como irrelevante. A menudo se la ve como una debilidad más que como un pecado; después de todo, no es tan mala como el adulterio, el robo o el asesinato. Pero, ¿alguna vez ha considerado lo que revela la impaciencia acerca de nuestra actitud hacia Dios?
Cuando demostramos incapacidad para tolerar la demora, le decimos al Señor: “No confío en tu tiempo; el mío es mejor”. ¿Puede ver la gravedad de esta actitud? La impaciencia es una muestra de orgullo porque estamos elevando nuestro entendimiento por encima del de nuestro Dios que todo lo sabe.
El camino al desastre del hijo pródigo comenzó con la impaciencia. Quería su herencia de inmediato, y no estaba dispuesto a esperar. Después de tomar el asunto en sus manos, sufrió las siguientes consecuencias:
Afligió a su familia. De igual manera, nuestra impaciencia hiere a los que amamos.
Dejó la seguridad del hogar. Cuando nos adelantamos a Dios, solemos dejar atrás las voces de la razón y la sabiduría.
Se encontró en la ruina. La bendición de Dios acompaña nuestra obediencia, por lo que podemos perder mucho cuando ignoramos su tiempo.
Se sintió indigno. No experimentamos compañerismo con el Señor cuando la impaciencia nos mantiene fuera de su voluntad.
Aunque el hijo pródigo fue bienvenido a casa, nunca pudo recuperar la herencia que había perdido. Nosotros también debemos vivir con consecuencias dolorosas como resultado de adelantarnos a Dios. Recordemos que es mejor esperar con paciencia hasta que el Señor nos haga avanzar.