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La vida que permanece

1Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
2 Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.
3 Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.
4 Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
6 El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.
¿A quién no le encanta un hermoso ramo de flores? Son una delicia para los ojos y llenan la habitación de fragancia. Pero la verdad es que están muertas porque han sido desconectadas de la planta. Aunque puedan parecer vivas por un tiempo, terminarán marchitándose.
Esto es lo que estaba aseverando el Señor cuando utilizó una vid y sus ramas como ilustración de la vida de un creyente en Cristo. Una vez que somos salvos, nos convertimos en ramas de Cristo; entonces el fruto se produce a medida que su vida fluye a través de nosotros, en cumplimiento de lo que el Señor oró por nosotros en Juan 17.21.
Esta relación que permanece es lo que la Biblia describe en otra parte como la vida llena del Espíritu (Ef 5.18). La palabra “permanecer” enfatiza nuestra posición como ramas que permanecen en la vid de Cristo. Y el apóstol Pablo subraya el papel y la autoridad del Espíritu Santo en nuestra vida: mientras vivimos en sumisión y obediencia al Espíritu de Dios, produce su fruto en nosotros (Ga 5.22, 23).
El problema surge cuando tratamos de vivir separados de la vid, y dirigir nuestra vida. El resultado final es decepcionante, ya que hemos confiado en las ideas y fuerzas humanas, en vez de estar guiados por el Espíritu Santo. No hay forma de vivir una vida fructífera sin la obediencia al Espíritu Santo.
Nuestro Padre celestial nos ha dado esta relación permanente, pero a veces actuamos como si fuéramos la vid y Cristo existiera para cumplir nuestras órdenes. Fuimos diseñados para ser las ramas, y la única manera en que seremos fructíferos es permaneciendo con sumisión en la fuente de nuestra vida