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La vida en consonancia con el Espíritu

12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre!
16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
¿Ha sentido alguna vez como si otros cristianos hubieran aprendido algo que usted desconoce? Tal vez parezca que han resuelto el misterio de regocijarse en el sufrimiento, perdonar lo imperdonable, vencer el pecado, o demostrar el amor de maneras que usted todavía no ha descubierto.
Lo que está viendo en estos creyentes no es un secreto reservado solo para quienes han alcanzado un cierto nivel de conocimiento, sino el tener una vida en consonancia con el Espíritu, pues es quien produce este asombroso fruto en aquellos que se dejan guiar por Él, en vez de por los deseos y esfuerzos carnales.
La vida llena del Espíritu no está reservada para unos pocos cristianos selectos. Por el contrario, está disponible para cada creyente que entrega su vida a la guía del Espíritu de Dios. Como miembro de la Trinidad, tiene todo el poder, la sabiduría y el amor de Dios Todopoderoso. Podemos confiar en Él para que nos enseñe la verdad (Jn 16.13), nos ayude en nuestra debilidad (Ro 8.26), interceda por nosotros de acuerdo con la voluntad de Dios (v. 27), y nos dé la victoria sobre el pecado (Ga 5.16).
El Espíritu Santo es una persona que podemos conocer en lo más íntimo, y que siempre obra para transformarnos a la imagen de Cristo (2 Co 3.18). Al igual que Dios el Padre y Jesucristo el Hijo, el Espíritu de Dios nos ama, consuela, guía y protege. Él es un amigo como ningún otro, que nos habla por medio de su Palabra.
Por tanto, debemos reconocer con gozo nuestra obligación de vivir en consonancia con el Espíritu, y deleitarnos en someternos a su dirección.