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La rendición de cuentas a Dios

14 Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.
15 A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos.
16 Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos.
17 Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos.
18 Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.
19 Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos.
20 Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos.
21 Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.
22 Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos.
23 Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.
24 Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;
25 por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo.
26 Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí.
27 Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses.
28 Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos.
29 Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
30 Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
¿Vive como si lo que haga hoy le afectará en la eternidad? Después de pasar al frente en la iglesia, y de hacer la oración de fe, algunos cristianos piensan que el momento de la salvación es el principio y el final del asunto. Piensan: puesto que mi destino eterno está asegurado, puedo relajarme y esperar por el cielo.
Pero eso no es lo que enseña la parábola de hoy. Sí, el cielo está asegurado para quienes se han arrepentido de verdad, y creen en la muerte expiatoria de Cristo por sus pecados. Pero la forma en que vivimos es importante. Cuando Cristo regrese, tendremos que rendir cuentas de lo que hayamos hecho con todo lo que nos ha confiado.
En mi juventud me decían que, un día, cuando estuviera delante de Cristo, toda mi vida sería proyectada en una pantalla gigante para que cada pecado que cometí estuviera a la vista de todo el mundo. Eso, en verdad, me asustaba, pero ahora sé que no es bíblico. Para quienes son de Cristo, el “acta de los decretos que había contra nosotros” ha sido clavada en la cruz, y todos nuestros pecados han sido perdonados (Col 2.13, 14). Nunca más serán desenterrados, porque Dios no se acordará más de ellos (He 10.17).
Lo que está en juego no es la salvación sino las recompensas. Y no será un juicio de comparación con otros. Como en la parábola, Dios nos confía talentos a cada uno de acuerdo con nuestras destrezas. Todo lo que tenemos es un regalo de Él: tiempo, dinero, capacidades, dones espirituales, trabajo, relaciones y Palabra divina. ¿Los está invirtiendo de una manera que resultará en la alabanza de Cristo cuando esté delante de Él?