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La perspectiva de Dios acerca de la guerra

1 Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas.
2 De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.
3 Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella;
4 porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.
La guerra es un tema muy controvertido tanto en el mundo como en la Iglesia. Considerando el amplio espectro de puntos de vista y opiniones, quienes siguen a Cristo harían bien en escudriñar las Sagradas Escrituras, y preguntarse: ¿Qué piensa el Señor acerca de la guerra?
Para tener un entendimiento adecuado, primero debemos considerar la condición de nuestro mundo caído. La guerra es una consecuencia natural del pecado. Algunos conflictos son alimentados por intenciones y deseos perversos, pero otros son una batalla entre el bien y el mal. Dios aborrece el derramamiento de sangre, pero si el mal no es combatido, los malvados se impondrán.
El Señor estableció el gobierno como un medio para fomentar el bien y restringir el mal, y la autoridad viene solo de Él. Pero algunos gobernantes abusan de su poder y deben ser refrenados. En tales casos, Dios permite la guerra por el bien de los inocentes.
El Antiguo Testamento también incluye casos en los que Dios usó la guerra para lograr sus propósitos. Ordenó a los israelitas que lucharan por la posesión de la tierra que les había prometido y que mataran a los habitantes, que eran en extremo malvados (Dt 20.1, 17, 18). Además, utilizó la guerra para juzgar y castigar a naciones malvadas (Jer 25.12-14) e incluso para castigar a su propio pueblo (5.15-17).
Mientras piensa en este tema difícil, recuerde que el propósito de Dios es la destrucción de la maldad, no de las personas. En la batalla final, el Señor vencerá el pecado y la muerte, las guerras cesarán y la justicia reinará (Ap 19.11-16). Hasta ese día, haremos nuestra parte en la derrota de la maldad.