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El problema de la tolerancia

Salmos 119:1-8 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Excelencias de la ley de Dios
1 Bienaventurados los perfectos de camino, Los que andan en la ley de Jehová.
2 Bienaventurados los que guardan sus testimonios, Y con todo el corazón le buscan;
3 Pues no hacen iniquidad Los que andan en sus caminos.
4 Tú encargaste Que sean muy guardados tus mandamientos.
5 !!Ojalá fuesen ordenados mis caminos Para guardar tus estatutos!
6 Entonces no sería yo avergonzado, Cuando atendiese a todos tus mandamientos.
7 Te alabaré con rectitud de corazón Cuando aprendiere tus justos juicios.
8 Tus estatutos guardaré; No me dejes enteramente.
La tolerancia puede ser útil en las relaciones, pero puede dañar nuestra vida espiritual. Ceder en cuanto a los principios de Dios es peligroso.
Por ejemplo, supongamos que un hombre cristiano hace nuevas amistades que no comparten sus convicciones. Por haber crecido en la iglesia, quizás haya memorizado Proverbios 13.20: “El que con sabios anda, sabio se vuelve; el que con necios se junta, saldrá mal parado” (NVI), y reconoce que el versículo está destinado a proteger a los cristianos de las influencias mundanas. Pero lo justifica pensando que pasar tiempo con estos amigos no le perjudicará; y al final termina pasando más tiempo con ellos que con los creyentes, y comienza a cuestionar sus propias creencias. Prestar atención a ese proverbio podría haberlo ayudado a evitar alejarse del Padre celestial.
Para manejar tales situaciones, debemos pensar en el futuro y considerar los posibles peligros. Incluso las decisiones que parecen triviales pueden tener consecuencias de largo alcance. Pero el Señor nos equipa con la conciencia y el Espíritu Santo, quien hace sonar una alarma si nos adentramos en territorio peligroso.
Para que podamos escuchar estas advertencias, nuestro corazón debe estar en sintonía con el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, porque quienes confían en el Señor y aplican sus principios, encontrarán caminos rectos a través de situaciones peligrosas (Pr 3.5, 6).
El hombre del ejemplo conocía los preceptos de Dios, y sintió la advertencia del Espíritu, pero la ignoró. Por tanto, es mejor que obedezcamos el primer aviso del Señor para evitar que nos volvamos tolerantes ante el pecado.