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El cordero del sacrificio

1 Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
2 De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.
3 Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;
4 porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
5 Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo.
6 Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
7 Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí.
8 Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley),
9 y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.
10 En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
11 Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
12 pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,
13 de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies;
14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
La gracia de Dios no tiene límites. Su misericordia puede alcanzar la parte más oscura de nuestro corazón. Es más, el perdón que Cristo ofreció en la cruz se remonta al primer día de la Tierra hasta el último. Cristo no solo borró nuestro pecado pasado, presente y futuro; también pagó por los pecados de cada generación.
Cuando los israelitas traían un macho cabrío o un cordero al templo para sacrificarlo, ponían sus manos sobre la cabeza del animal y confesaban los pecados que habían cometido. El sacerdote lo mataba y rociaba un poco de su sangre en el altar de la expiación. El ritual simbolizaba el pago de un confesor por el pecado. Pero el cordero no podía tomar el pecado y morir en lugar del israelita (He 10.4).
Si la sangre de un animal pudiera borrar de verdad una deuda de pecado, todavía estaríamos ofreciendo tales sacrificios, y la muerte de Cristo habría sido innecesaria. Sin embargo, debemos recordar que aunque el acto en sí no tenía poder salvador, el ritual del sacrificio fue idea de Dios (Lv 4). Él estableció tales ofrendas como una poderosa ilustración de la seriedad y el castigo del pecado. La práctica también apuntaba a la muerte de Cristo en nuestro favor y a la salvación que ofrece. Para usar una metáfora moderna, el sacrificio puede ser considerado como algo parecido a una tarjeta de crédito. Dios aceptaba la sangre del cordero como pago temporal. Cuando llegó el momento de pagar la cuenta, Jesucristo pagó la deuda del pecado en su totalidad.
Los creyentes modernos practicamos ciertos rituales bíblicos, pero no somos perdonados por orar, leer la Biblia ni confesar nuestros pecados. Es al aceptar el sacrificio de Cristo que somos perdonados para siempre.