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Dios nos escogió en Él

Efesios 1:3-12 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,
4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,
6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,
7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,
8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad,
12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.
No hay nada que nos quite la arrogancia como la salvación. Nos gustaría pensar que hicimos algo que le llevó a nuestro Padre celestial a mirar hacia abajo y decir: “Esa es una persona que vale la pena salvar”, pero este no es el caso. No teníamos nada en absoluto que ofrecer a Dios, excepto nuestro pecado. Es más, el pasaje de hoy nos dice que “él nos escogió en [Cristo] antes de la fundación del mundo” (Ef 1.4). ¿Cómo podríamos atribuirnos el mérito por algo que sucedió antes de que naciéramos?
Dios nos escogió, no cuando fuimos salvos, sino antes de que hubiéramos hecho algo digno de ser notado; de hecho, mucho antes de que empezáramos a existir. Nuestra parte solo consistió en responder a la convicción del Espíritu Santo, al ofrecimiento de perdón del Hijo y al amor de nuestro Padre celestial. Eso debería eliminar cualquier sentimiento de orgullo en cuanto a por qué fuimos salvados.
Lo que es aun más asombroso acerca de nuestra salvación es su permanencia: al elegirnos para ser santos e irreprensibles ante Él para siempre, Dios nos predestinó para ser sus hijos y herederos de su reino (Ef 1.4, 5, 11). Nuestro futuro en el cielo no solo está libre del castigo y del poder del pecado, sino también de la existencia misma del pecado. Nunca más sucumbiremos a los deseos impíos, ni tendremos que luchar contra la tentación.
En vista de este amoroso plan de salvación, nos maravillamos del hecho de que Dios nos conocía antes de que naciéramos y decidió salvarnos. Por tanto, debemos postrarnos ante Jesucristo en humilde adoración, alabanza y gratitud por su gran amor y misericordia.