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De abajo hacia arriba

1 Cuando David y sus hombres vinieron a Siclag al tercer día, los de Amalec habían invadido el Neguev y a Siclag, y habían asolado a Siclag y le habían prendido fuego.
2 Y se habían llevado cautivas a las mujeres y a todos los que estaban allí, desde el menor hasta el mayor; pero a nadie habían dado muerte, sino se los habían llevado al seguir su camino.
3 Vino, pues, David con los suyos a la ciudad, y he aquí que estaba quemada, y sus mujeres y sus hijos e hijas habían sido llevados cautivos.
4 Entonces David y la gente que con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar.
5 Las dos mujeres de David, Ahinoam jezreelita y Abigail la que fue mujer de Nabal el de Carmel, también eran cautivas.
6 Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios.
Los salmos del rey David revelan que pasó por tiempos muy solitarios. Pero pocas experiencias se comparan con su desesperación absoluta por las cenizas de su ciudad, Siclag. La historia de cómo llegó a esas angustiosas profundidades comenzó en realidad mucho antes, en un momento en que su fe fallaba.
Después de años huyendo de las amenazas de muerte del rey Saúl, David se sintió desanimado y cansado. Había creído la promesa de Dios de hacerle rey, pero ahora su certeza comenzó a vacilar. Así que hizo lo que muchos de nosotros hacemos: recurrió al razonamiento humano. Bajo esas circunstancias, parecía que su mejor opción era buscar refugio entre los filisteos, que eran enemigos de Israel (1 S 27.1). Cegado por su situación, David se apartó de la voluntad de Dios para escapar de Saúl. Su traspié puede haber sido solo temporal, pero resultó ser significativo, ya que dejó de creer que Dios podía guiarlo de manera segura por el “valle de sombra de muerte” (Sal 23.4).
Varios meses después, el futuro rey regresó a Siclag para encontrar que la ciudad había quedado en ruinas. Peor aún, su familia y su gente habían sido secuestrados. La banda de guerreros de David se preparó para descargar su frustración e ira sobre él. Desde el fondo de este pozo de desesperación, un hombre humillado dirigió su mirada a Dios, y encontró sus fuerzas y su fe renovadas (1 S 30.6).
En nuestras circunstancias más tristes, podemos sentirnos tentados a dejar de confiar en el Señor. Y cuando lo hacemos, es fácil terminar en aprietos. La buena noticia es que aun en medio de ellos, si dirigimos la mirada al Señor, veremos el camino de salida de nuestro pozo y de regreso a su voluntad.