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Cuando nos sintamos incompetentes

145 Clamé con todo mi corazón; respóndeme, Jehová, Y guardaré tus estatutos.
146 A ti clamé; sálvame, Y guardaré tus testimonios.
147 Me anticipé al alba, y clamé; Esperé en tu palabra.
148 Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, Para meditar en tus mandatos.
149 Oye mi voz conforme a tu misericordia; Oh Jehová, vivifícame conforme a tu juicio.
150 Se acercaron a la maldad los que me persiguen; Se alejaron de tu ley.
151 Cercano estás tú, oh Jehová, Y todos tus mandamientos son verdad.
152 Hace ya mucho que he entendido tus testimonios,Que para siempre los has establecido.
153 Mira mi aflicción, y líbrame, Porque de tu ley no me he olvidado.
154 Defiende mi causa, y redímeme; Vivifícame con tu palabra.
155 Lejos está de los impíos la salvación, Porque no buscan tus estatutos.
156 Muchas son tus misericordias, oh Jehová; Vivifícame conforme a tus juicios.
157 Muchos son mis perseguidores y mis enemigos, Mas de tus testimonios no me he apartado.
158 Veía a los prevaricadores, y me disgustaba, Porque no guardaban tus palabras.
159 Mira, oh Jehová, que amo tus mandamientos; Vivifícame conforme a tu misericordia.
160 La suma de tu palabra es verdad,Y eterno es todo juicio de tu justicia.
Nos encantan las películas que se apoderan de nuestra atención con historias de personas atrapadas, indefensas y que buscan de manera frenética una forma de escapar. Aunque eso no es algo que queremos en la vida real. Pero cuando sucede, comenzamos de inmediato a buscar la salida, y le rogamos a Dios que nos salve a través de la sanidad física, del cambio de circunstancias o de más provisión.
¿Alguna vez ha considerado que el rescate espiritual es aún más importante que la liberación física? Aunque Cristo nos ha liberado del castigo y del poder del pecado, hay ocasiones en que nos sentimos incompetentes frente a hábitos pecaminosos, emociones, palabras imprudentes y pensamientos impíos. Es entonces cuando debemos seguir el ejemplo del salmista y clamar a Dios por rescate espiritual.
Reconozca ante Dios su incompetencia. En sí, usted no tiene poder para vencer el pecado. Pero el Espíritu de Dios que habita en su interior es Todopoderoso.
Confiese cualquier pecado, temor, incredulidad o confianza en sí mismo. Renuncie a todo intento de cambiar por esfuerzo propio, y apártese del pecado.
Dirija su mirada a Dios. Piense en quién es Él, en lo que desea y en lo que ha prometido.
Llene su mente y su corazón con la Palabra de Dios. Medite en ella. Pídale sabiduría y fuerzas para seguirle con confianza y sumisión a su Espíritu.
Confíe en Dios y espere que le cambie. Aunque la salvación ocurre en un momento, la santificación es un proceso de toda la vida.
Llegará un momento en que el sentimiento de impotencia desaparecerá y será sustituido por el gozo de la obediencia.