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Cuando el temor llame a nuestra puerta


2 Timoteo 1.3-7


Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día;

deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo;

trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.

Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.

Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.


El miedo es una emoción que puede ser útil o dañina. Por ejemplo, es útil sentir reverencia (o temor) del Señor, el cual nos aleja del pecado, o temor que nos advierte de los peligros. Pero muchas veces experimentamos un tipo diferente de temor, que nos impide obedecer a Dios; este tipo de temor suele tener su raíz en nuestro egocentrismo, más que en la fe. Como escribió Pablo a Timoteo, podemos llegar a tener “un espíritu de timidez”, que se origina en nuestra manera de pensar (2 Ti 1.7 NVI).


Competente versus incompetente. En medio de circunstancias adversas, podemos sentirnos incompetentes para manejar los problemas. Sin embargo, no son ellos, sino nuestra manera de pensar errada lo que nos causa temor. Nuestra competencia nunca depende de nosotros, sino de Dios, quien nos hace competentes para encarar lo que llegue a nuestra vida (2 Co 3.4, 5).


Los estándares de Dios versus los estándares nuestros. Muchos de nosotros nos fijamos metas que no son realistas y que nos generan ansiedad. Aunque podamos pensar que estas metas son lo que Dios espera, ellas podrían ser nuestras propias expectativas. Así que debemos dejar que el Señor dirija nuestros pasos para que se cumplan sus planes, no los nuestros (Pr 16.9).


Gracia versus culpa. Algunos de nosotros tenemos temor de cometer un error, porque vivimos con un sentimiento de culpa por algo que hicimos en el pasado. Sin embargo, la Biblia nos asegura que en Cristo todos nuestros pecados son perdonados, y nuestra culpa ha sido quitada (Ro 8.1).


La próxima vez que el temor llame a su puerta, quite su mirada de usted, y deje que la fe tome su lugar.

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