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Cuando Dios guarda silencio


Juan 11:1-6 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

11  Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana.

(María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos.

Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo.

Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro.

Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.


Cuando Lázaro estaba muriendo, sus hermanas llamaron con urgencia al Señor. Imagínese cómo debió haberse agravado el dolor de ellas cuando no respondió de inmediato a su petición.

El silencio de Dios es difícil de aceptar. Queremos que se ponga en acción de inmediato cuando le llamamos, en especial si estamos sufriendo o tenemos temor. Pero debido a que promete satisfacer nuestras necesidades, podemos estar seguros de que su silencio tiene un propósito.


Su silencio capta nuestra atención. Los discípulos sabían que el Señor tenía poder para sanar, por lo que deben haberse preguntado por qué se demoró en ir a ver a su amigo. Pero el Señor quería que fueran testigos de algo aun más grande: su poder sobre la muerte. Ellos habían estado desconcertados por sus declaraciones acerca de la conquista de la muerte, y necesitaban entender que era capaz de cumplir sus profecías en cuanto a su propia resurrección (Mr 9.31, 32).


Su silencio nos enseña a confiar. María y Marta enviaron un mensaje acerca de la enfermedad de Lázaro, porque esperaban que el Señor lo sanaría. Pero ¿vacilaría la fe de ellas si esa expectativa no se cumplía? Marta respondió a la pregunta diciendo: “Yo he creído que tú eres el Cristo” (Jn 11.27). Y, como era de esperar, el Señor demostró su poder con un milagro asombroso: el regreso de su hermano a la vida.


A veces, lo único que podemos oír cuando oramos es nuestra propia respiración. Eso puede ser frustrante y aterrador. Pero las Sagradas Escrituras dicen que Dios está siempre con nosotros, y que su silencio no durará para siempre (Job 23.8-10; Mt 28.20). Aférrese a esas promesas mientras espera la respuesta de Dios.

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