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Cuando damos oído a nuestros apetitos


1 Corintios 9.24-27

24 ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.

25 Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.

26 Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire,

27 sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.


¿Qué palabras diría que describen a nuestra sociedad? Materialista, sensual, impaciente, indulgente, indisciplinada, son solo algunas. También somos una cultura de “tenerlo ahora mismo”. Satanás se especializa en brindarnos oportunidades para la gratificación instantánea, prometiendo que satisfacer nuestros apetitos nos brindará satisfacción.


Los apetitos humanos en sí no son pecaminosos. De hecho, son dados por Dios. No obstante, como somos humanos, no siempre podemos confiar en ellos. El apóstol Pablo comparó la vida cristiana con la de los atletas que están tan enfocados en ganar la carrera, que dedican cada aspecto de sus vidas al logro de esa meta.


Así es como estamos llamados a vivir, pero carecemos del poder para hacerlo con nuestras propias fuerzas, y a veces también de la motivación. Por esta razón, necesitamos confiar en el Espíritu Santo que habita en nosotros. Si le entregamos nuestra vida y lo obedecemos, Él será nuestra fuerza, y podremos decir “no” cuando nos sintamos dominados por los deseos carnales (Ga 5.16).


Otra clave para el éxito es mantener nuestro enfoque en lo eterno en vez de lo temporal. Muchas decisiones que parecen insignificantes son espiritualmente significativas. ¿Está complaciendo un apetito que podría resultar en el sacrificio de una recompensa imperecedera en el cielo?


Cuando el enemigo nos tienta, trata de mantener nuestra atención en nuestro deseo y en el placer de la autocomplacencia, en vez de en las recompensas y bendiciones eternas que nos estamos perdiendo. Solo recuerde cuán rápido se desvanece la gratificación inmediata, y cuánto dura la eternidad.

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