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Cómo descubrir a los falsos maestros


2 Pedro 2.1-3


1 Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.

Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado,

y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme.


La gente piensa que quienes hablan de Dios deben también servir al Señor y a los mejores intereses de su pueblo. Ojalá eso fuera siempre cierto. Pero las abundantes advertencias acerca de los engañadores que entran a la Iglesia son tan relevantes hoy como cuando los escritores del Nuevo Testamento las redactaron.


En caso de que piense que estoy exagerando el problema, permítame señalarle las palabras de Cristo: “Mirad que nadie os engañe” (Mt 24.4). Advirtió que muchos afirmarían falsamente que Dios los envió. Cristo no estaba hablando solo de la iglesia primitiva. Su advertencia fue dirigida también a las generaciones venideras, en particular a las que vendrán durante los últimos días.


El apóstol Pedro ofrece una prueba útil para evaluar a los maestros y predicadores de la Palabra de Dios:


1. El engañador intenta manipular a sus oyentes. Usa medias verdades, promesas emocionantes y lenguaje florido para atraer seguidores. Debemos estar en guardia en especial contra la doctrina que niega la verdad de la Biblia.


2. Muchos falsos maestros tendrán problemas morales.


3. La mayoría de ellos serán también codiciosos y materialistas. Si observamos estos hábitos en la vida de un líder, debemos rechazar su enseñanza.


¿Cómo podemos ver más allá del camuflaje, la astucia y el carisma de un falso maestro? El llenar nuestra mente con las Sagradas Escrituras nos permitirá comparar las palabras y las acciones de alguien con la verdad de Dios. Sigamos el consejo del salmista y atesoremos la Palabra de Dios en nuestro corazón para que no pequemos contra Él (Sal 119.11).

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