Admin
Cómo buscar la dirección de Dios

1 Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.
2 Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; No hay para mí bien fuera de ti.
3 Para los santos que están en la tierra, Y para los íntegros, es toda mi complacencia.
4 Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otro dios. No ofreceré yo sus libaciones de sangre, Ni en mis labios tomaré sus nombres.
5 Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.
6 Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, Y es hermosa la heredad que me ha tocado.
7 Bendeciré a Jehová que me aconseja; Aun en las noches me enseña mi conciencia.
8 A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
9 Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; Mi carne también reposará confiadamente;
10 Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción.
11 Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.
Una perspectiva correcta en cuanto a Dios es vital, porque determina cómo interactuamos con Él. Por ejemplo, si pensamos que al Señor solo le preocupan los grandes acontecimientos de la historia mundial, no nos molestaremos en orar por nuestras preocupaciones diarias. Pero si nuestra perspectiva de Él se basa en las Sagradas Escrituras, buscaremos su dirección sin demora, sabiendo que se preocupa por cada aspecto de nuestra vida.
A pesar de esta seguridad, puede haber momentos en que estamos tan decididos a conseguir lo que queremos, que no pedimos la dirección de Dios. Por el contrario, damos el siguiente paso pensando que nos detendrá si nuestra decisión no concuerda con su voluntad. Pero el Señor no impedirá a la fuerza que no nos salgamos de su voluntad, ni siempre vendrá a nuestro rescate si hemos actuado con presunción y orgullo sin buscar su ayuda.
Una mejor actitud es hacer lo que hizo David. Él dijo “Siempre tengo presente al Señor; con él a mi derecha, nada me hará caer” (Sal 16.8 NVI). El omnisciente Padre celestial nos ha dado todo lo que necesitamos para vivir con sabiduría por medio de su Palabra y su Espíritu. Y por conocerlo y amarlo, debemos desear agradar al Altísimo buscando su dirección en cada aspecto de la vida.
El Señor, sin duda, está dispuesto a guiarnos a través de los mares peligrosos de la toma de decisiones. Pero debemos prestar atención a las instrucciones de su Palabra y a los impulsos de su Espíritu, que es nuestro Ayudador, maestro y guía. Entonces podemos decir como David: “Bendeciré al Señor, que me aconseja” (v. 7).