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Atajos a la voluntad de Dios


Génesis 16:1-6 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

Agar e Ismael

16  Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar.

Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai.

Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido.

Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora.

Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo.

Y respondió Abram a Sarai: He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su presencia.


Vivimos en una cultura acelerada, y estamos acostumbrados a resultados rápidos. La espera parece ser una actividad del pasado.


No es de extrañar, entonces, que la pasemos mal si Dios no responde una oración de inmediato. Pero cuando nos negamos a ser pacientes, nuestra única opción es salirnos de su plan. El pasaje de hoy cuenta cómo Abram y Sarai (más tarde Abraham y Sara) tomaron el asunto en sus manos porque no les gustó el plan del Señor.


Habían pasado diez años desde que Dios les había prometido un hijo, y Sarai estaba envejeciendo. Así que ella y Abram decidieron dejar que su sirvienta Agar les diera un hijo. Al final, Sara dio a luz en su vejez, pero esa falta de paciencia llevó a grandes conflictos —tanto a su familia como a nosotros hoy. Gran parte de la tensión en el Medio Oriente se debe a dos grupos: los descendientes de Agar y los de Sara.


¿Por qué una pareja temerosa de Dios tomó esa decisión? Primero, su intenso deseo por un niño nubló su pensamiento. Sara deseaba con desesperación un hijo, que era la base del valor de las mujeres en esa cultura. Después, sucumbieron al pensamiento equivocado. Después de años sin hijos, comenzaron a pensar que quizás Dios necesitaba ayuda. Por último, creyeron en este razonamiento erróneo, y ambos cedieron ante la impaciencia.


Estas trampas siguen siendo un peligro. No somos inmunes al deseo, al razonamiento humano o a la influencia de otros. Impacientes por naturaleza, podríamos justificar el tomar acción. El mejor consejo es escuchar, obedecer y esperar. El tiempo de Dios es perfecto, y no queremos perdernos lo mejor que tiene.

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